miércoles, 13 de mayo de 2009

¿ES SU FAMILIA DESECHABLE?



Adaptado por Adán R. Creado Por Mº Eugenia Barros.

Hace tiempo pude ir al Vertedero municipal, hacia el sector sur. Es increíble la cantidad de basura que llega cada día y como se trabaja escondiéndola bajo tierra. También se ven muchas aves esperando su comida. Son miles y miles las toneladas que se van dejando bajo tierra. Hoy todo es desechable.

Hemos adquirido una mentalidad desechable. Compramos relojes de pulsera que son irreparables y por lo tanto desechables. Compramos linternas que son diseñadas para ser desechadas cuando las baterías se agotan. Hay también en el mercado ropa de papel que se usa y luego se tira.

¿Cuán profundamente ha afectado esta mentalidad el alma y los sentimientos de nuestra sociedad? La respuesta a esta pregunta causa miedo. Hemos llegado a aceptar la posibilidad de que aún las vidas humanas sean desechables. Si ya están demasiado enfermos o viejos, eliminémoslos; si no son deseados, eliminémoslos mientras aún se encuentran en el vientre. “Si es legal debe ser correcto.” Así es como razona la sociedad.

Lo que más me perturba es la aprobación de arrojar, de desechar a la familia, a esposas, a esposos, a jóvenes y a niños de la casa cuando no se los quiere allí. Los padres permiten que los niños crezcan sin dirección, y cuando desarrollan problemas emocionales, sociales o espirituales, son arrojados del hogar, a vivir en las calles. Más de un millón de ellos viven hoy en las calles en los Estados Unidos y Latinoamérica no es la excepción. En la capital del país, Santiago, cientos de inocentes vagan cada día en busca de comida y un techo donde pasar esa noche. Se están creando niños para ser desechados y arrojarlos en el basural de la sociedad.

Tal vez los lectores hayan leído un artículo que apareció en la revista “Newsweek” en el cual un trabajador social de un centro juvenil en San Francisco dijo: “En el 68 por ciento de los casos en que hemos llamado a los padres de jóvenes que estaban considerando volver a su casa, la respuesta ha sido: “Quédense ustedes con ellos.” Qué triste. Aún más triste es la revelación de que alrededor de 5.000 de estos jóvenes están enterrados en tumbas “John Doe” sin nombres. ¡Hijos desechados en el más grande de los basureros, el cementerio!

El TSUNAMI de divorcios hace caos en el mundo. Es interesante ver que estos que se divorcian creen que los “COMPAÑERO(A)S ” O MEJOR DICHO “PAREJO(A)S” se adquieren en tiendas por departamentos, en la tiendas van al probador y se miran si les sirve o si se ven bien, estos se los llevan para la casa y después de probárselos un tiempo los desechan por uno mejor y mas bonito. Lo mismo ocurre con los hijos. Es fácil mirar a un adolescente cuyo carácter no se está desarrollando de la manera que se nos antoja o esperábamos y decir: “Dejemos que se vaya”. Les ponemos cintas, ropa, comida, si hace calor les tenemos aire acondicionado y si hace frió los calentamos, los tenemos dentro de las casas a los perros, gatos, y aun a los cerdos y dejamos que a nuestros hijos los lleve el diablo.
Usted podrá decir que nunca pensaría en desechar a sus hijos y yo lo creo, sin embargo, ¿no ha estado usted dispuesto a exponerlos a influencias perjudiciales? ¿Ha estado usted dispuesto a entregar a sus hijos a la degradante, desmoralizante, y enloquecedora vida prevalente en los círculos juveniles? ¿Permite usted que el Hollywood, corrompido y bajo el influjo de las drogas carcoma la moral de sus hijos con sus sucias películas y los programas y las novelas en la TELE que usted ve y le gusta continuamente? Existe demasiada aceptación por parte de las familias de la influencia depravada del mundo.

¿Qué podemos hacer? Como Padres y Apoderados tomemos la determinación de no permitir que esta mentalidad actual del “DESECHAR” nos impacte de tal manera que comencemos a considerar a nuestros cónyuges e hijos como desechables. No lo son. Ellos son regalos de Dios, y nuestro tiempo, energía, y parte de nuestras mismas vidas deben ser consagradas a desarrollar debidamente estas hermosas vidas que Dios nos ha encomendado.